domingo, 30 de marzo de 2014

La apuesta por la ciudad educadora, Joan Soler Amigó

El lugar donde se alza una gran ciudad
no es donde se extienden los muelles,
donde se levantan los almacenes y las fábricas,
donde se amontonan los productos,
Ni es el lugar de los continuos cumplidos a quienes
acaban de llegar,
o donde levan anclas cuantos se van,
Ni es el lugar de los más altos y más caros edificios,
ni de las tiendas que de todo venden y de todas
partes,
Ni es el lugar de las mejores bibliotecas y escuelas,
ni el lugar donde más abunda el oro,
Ni es el lugar de la población más numerosa...
Walt Whitman
(The leaves of grass)
La urbe y la polis: la ciudad
Pues ¿qué es la ciudad? ¿Casas, calles y plazas? Eso sería urbe, tal vez, pero no ciudad. De urbe deriva urbanismo, urbanización, urbanidad... De ciudad -es decir, de "cívitas"- proviene civismo, civilidad, civilización. ¿Número de habitantes? Una cosa es la demografía y otra la democracia. La urbanidad corresponde a la urbe: es el comportamiento urbano: convencional, respetuoso, que no obliga a intercambiar confidencias, que no requiere decir cómo te llamas, quién eres, de dónde vienes ni adónde vas, impersonal, anónimo. El civismo, en cambio, se fundamenta en derechos y deberes, implica, compromete; corresponde a la ciudad, a la "polis".
La ciudad es el espacio de la sociedad: un microcosmos donde practicar el conveniente ejercicio de "pensar globalmente, actuar localmente". Lo decía el arquitecto y urbanista parisiense Roland Castro en el 1º Congreso de Ciudades Educadoras de Barcelona (1990):
"La ciudad-mundo, donde está el mundo entero en la misma ciudad, es nuestro destino. (...) Debemos de conjugar a la vez lo que es de orden universal y lo de orden específico, y es justamente por medio de las aportaciones de las demás culturas que podemos abordar la cuestión. Personalmente, considero extraordinario que nuestro destino sea la ciudad-mundo. Detesto de una manera especial lo que se denomina el derecho de los primeros residentes, sea cual sea su país".
Habrá que volver luego al tema apuntado de la multiculturalidad, a la inmigración inherente a la ciudad. Sigamos. Ortega y Gasset destacaba el valor de este espacio advirtiendo que la ciudad es, antes que cualquier otra cosa, plaza, ágora, intercambio, debate. La ciudad, decía, no precisa casas, sólo fachadas que den a la plaza. "Hay que salir de las casas para encontrar la ciudad".
No hay que olvidar que el origen de la ciudad, y el de la democracia es mediterráneo. Es sano volver de vez en cuando al pensamiento clásico sobre la "polis" griega y sobre el sentido auténtico de la política. Dice Aristóteles: "Si todas las comunidades tienden a algún bien, es evidente que mucho más que otra y al bien más principal, la ciudad es la principal entre todas y la que las comprende a todas. (...) La comunidad naturalmente constituida para la satisfacción de las necesidades cotidianas es la casa; y la primera comunidad constituida por varias casas en vista a las necesidades no cotidianas es la aldea. La comunidad perfecta de varias aldeas es la ciudad, que tiene, por así decirlo, el extremo de toda suficiencia. Y la ciudad es el fin de las anteriores, y la naturaleza es fin. (...) De todo lo cual resulta, pues, que la ciudad es una de las cosas naturales, y que el hombre es por naturaleza un animal social. (...) Si el individuo separado no se basta a si mismo se asemejará a las demás partes en relación con el todo, y quien no puede vivir en sociedad, o no necesita nada, por propia suficiencia, no es miembro de la ciudad, sino una bestia o un dios".
Lo primero, lo ideal, lo natural, no es, pues, el "home, sweet home", sino la ciudad, la "polis". Y la ciudad no es una aldea, ni un barrio, ni una urbanización. La ciudad es el espacio natural -si el ser humano es naturalmente un "zoos politikón", un animal político- de la política, de la democracia. Es una auténtica "república de valores". O no es ciudad, sólo urbe.
Puede haber urbe o urbanización sin plaza, pero no ciudad. Puede haber territorio pero no espacio público. Las casas no hacen la ciudad, sino las personas que se encuentran en la plaza. Sólo la ciudad hace ciudadanos y sólo los ciudadanos y ciudadanas hacen la ciudad. La nación, por si misma, no crea ciudadanía sino pertenencia a un grupo, no ciudadanos sino "naturales", ya que "natio" es el lugar donde alguien es "natus", nacido. Y el Estado comporta contribuyentes, súbditos, usuarios de servicios... tampoco ciudadanos. Etimológicamente, se es nacional por nacimiento, pero ciudadano por civismo, por educación, consistente en la ejercitación en valores.
La ciudadanía se conquista, se gana, se merece, se fundamenta en un compromiso de persona libre entre personas libres. La ciudadanía no la dan los genes: por los genes se es, tan sólo, gente. Ni el mero permiso de residencia, sino el derecho a participar en la ciudad, en la "polis", en la vida política. La diferencia entre demografía y democracia se explica por los valores, por el civismo, que es la vida de la ciudad.
Allí donde se alza la ciudad de la raza más firme
de poetas y oradores,
Donde se alza la ciudad que ellos aman y a quie-
nes, a cambio, ella ama y comprende,
Donde no se levantan a los héroes otras piedras
que las palabras y los hechos más corrientes,
Donde la ganancia tiene su lugar y el sentido
común tiene su lugar,
Donde hombres y mujeres no tienen demasiado
en cuenta las leyes,
Donde el esclavo deja de serlo, y el amo de escla-
vos deja de serlo,
Donde el pueblo, de repente, se rebela contra la
audacia desenfrenada de la gente elegida,
Donde hombres y mujeres se yerguen furiosos,
como yergue el mar al silbido de la muerte sus irre-
sistibles y asoladoras olas,
Donde la autoridad externa se aparta siempre al
paso de la autoridad interna,
Donde siempre el ciudadano es el ideal y el jefe, el
presidente, el alcalde, el gobernador y todos los
demás son agentes a sueldo del ciudadano,
Donde se enseña a los niños a ser su propia ley
ellos mismos, y a comportarse por si mismos,
Donde la ecuanimidad se manifiesta en los queha
ceres,
Donde se incita a las especulaciones sobre el
espíritu,
Donde, junto a los hombres, en la calle, en las
manifestaciones públicas, desfilan las mujeres,
Donde, junto a los hombres, para tomar parte en
ellas, entran las mujeres en las asambleas públi-
cas,
Donde se alza la ciudad de los amigos fieles,
Donde se alza la ciudad de la pureza de los sexos,
Donde se alza la ciudad de los padres más sanos,
Donde se alza la ciudad de las madres de cuerpo
más bien formado,
Allí se alza la gran ciudad.
Walt Whitman
(The leaves of grass)
La ciudad, el medio de la democracia
Un segundo renacer de la ciudad, luego de la "polis" griega y la "urbs" romana, fue en la Baja Edad Media, luego del duro régimen feudal. Reapareció con el comercio, abierto a toda suerte de intercambios: con él, las ciudades florecieron de nuevo. Las ciudades mercado, los burgos, las villas francas, libres, abiertas. Se trataba de una verdadera autodeterminación: "las persones eran capaces de crear las condiciones de su propia libertad", según afirma Richard Sennett en "La conciencia del ojo": "La ciudad medieval era concebida por sus habitantes como un lugar en el cual las personas iban a ser capaces de redactar sus propias leyes laicas, y ejercer su voluntad política, en vez de estar maniatadas por una serie de obligaciones heredadas, propias del vasallaje".
Esa expresión de libertad venía expresada por la frase que varias ciudades hanseáticas inscribieron en las puertas de sus murallas: "Stadt Luft macht frei", "el aire de la ciudad hace personas libres", es decir ciudadanos y ciudadanas, y no súbditos. Fuera de la ciudad, el primitivismo, la incivilización, la incerteza, la barbarie.
Francesc Eiximenis, en su obra "Regiment de la cosa pública", se preguntaba: "¿Por qué los hombres hacen las ciudades y por qué fueron halladas del comienzo del mundo acá?". Y respondía, entre otros, en los siguientes términos:
Para ahuyentar ignorancia (se echa mejor de si
mismo la natural ignorancia en lugares poblados y nota-
bles, que en la soledad).
Para ahuyentar malas codicias.
Para contrastar los malos hombres y para
defenderse de ellos.
Para proveer bastantemente a las necesidades de los hombres.
Para dar a los hombres honesto placer y alegría.
Para el servicio especial de la cosa pública.
Por necesidad de contratos.
Para regimiento del pueblo.
Para vivir virtuosamente.
En pleno siglo XIV, Eiximenis auguraba que, tiempos a venir, "...el mundo será dividido en comunas y que a partir de un momento dado no habrá reyes ni duques, ni condes ni nobles, ni grandes señores, sino que de entonces adelante hasta el fin del mundo reinará en todas partes la justicia popular".
Las principales utopías que han sido soñadas milenios atrás, tienen figura y estructura de ciudad: Platón imagina la República ideal, la ciudad filosófica en la cual el bien común -concepto y expresión hoy caídos extrañamente en olvido- prevalecería sobre el bien particular, una ciudad a imagen y semejanza del ser humano: "En el alma de cada uno de nosotros se hallan los mismos principios que en la ciudad, y en igual número". Agustín contrasta la ciudad terrenal y la de Dios, la ciudad teológica: "Dos amores fundaron dos ciudades...". Y, desde Thomas More, la ciudad, edificada en la Nova Insula Utopia, toma la organización de una república democrática "donde todo es común y nadie teme que pueda llegar a echar en falta nada personal... donde no hay pobres ni mendigos y, aunque nadie tenga nada, todos tienen de todo". A Utopía seguirá la Ciudad del Sol de Tommaso Campanella; y la New Atlantis de Francis Bacon, la ciudad científica. Más adelante, Etienne Cabet imaginará Icaria, una ciudad comunista "regida por los principios generales de la Fraternidad, la Libertad, la Solidaridad y la Comunidad" anhelada como la felicidad de la humanidad. Y hará un llamamiento a descubrirla, a fundarla: "¡Trabajadores, vayamos a Icaria! Ya que en Francia se nos persigue, ya que nos niegan todos los derechos, cualquier libertad de asociación, de reunión, de discusión y de propaganda pacífica, vayamos a buscar en Icaria nuestra dignidad de hombres, nuestros derechos de ciudadanos y la Libertad con la Igualdad".
Contrastando con las filosofías y las fantasías utópicas, con las estéticas y racionales ciudades renacentistas, y con los revolucionarios intentos socialistas de descubrir o acuñar la ciudad ideal, Charles Dickens denuncia la trágica tensión que desgarra la ciudad de la era industrial: "Era la mejor de todas las épocas, era el peor de todos los tiempos, era el siglo de la sabiduría, era el siglo de la estupidez, era la época de la fe, era la época de la incredulidad, era la estación de la Luz, era la estación de las Tinieblas, era la primavera de la esperanza, era el invierno de la desesperación, lo teníamos todo ante nosotros, no teníamos nada ante nosotros, íbamos derecho al cielo, íbamos exactamente en la dirección opuesta: en resumen, aquel período se parecía tanto al presente que algunas de las autoridades más célebres de la época insistían que se hablase de ella sólo en superlativo, tanto para el bien como para el mal".
Es la "Historia de dos ciudades", el siglo XIX, una era en que las filosofías políticas de siglos anteriores no resistían mantenerse en la teoría ni en la letra de las constituciones democráticas. Despuntaba la hora de la democracia del proletariado, de la revolución, de la lucha final, que inauguraría una nueva sociedad, un mundo nuevo, no en una isla lejana hacia poniente, sino surgido de la transformación radical del viejo mundo, de la vieja sociedad. La insurrección de la Comuna de París, Barcelona, "la rosa de fuego"... Así la describe George Orwell en 1937 en "Homenatge a Catalunya", como una insólita realidad: "Era la primera vez que me hallaba en una ciudad donde mandaba la clase obrera. Prácticamente todos los edificios importantes habían sido ocupados por los trabajadores y aparecían decorados con banderas rojas o con la bandera roja y negra de los anarquistas; las paredes estaban llenas de dibujos con la hoz y el martillo y las iniciales de los partidos revolucionarios; casi todas la iglesias habían sido saqueadas y quemadas las imágenes. Equipos de obreros se dedicaban a derribar sistemáticamente los templos. Todos los comercios y cafés exhibían una inscripción haciendo constar que habían sido colectivizados; incluso los limpiabotas habían sido colectivizados y habían pintado sus cajas de color rojo y negro. Los camareros y dependientes te miraban a la cara y te trataban de tú a tú. Las locuciones verbales de matiz servil e incluso ceremonial habían desaparecido temporalmente. Nadie decía señor o don, ni tan sólo usted; todo el mundo te trataba de camarada y de tú, y decía: ¡Salud!, en lugar de Buenos días".
"No había automóviles particulares, pues todos habían sido requisados, y todos los tranvías y taxis y buena parte del resto de vehículos de transporte aparecían pintados en rojo y negro. (...) A lo largo de la Rambla, la ancha arteria central de la ciudad, por donde la multitud circulaba constantemente arriba y abajo, los altavoces bramaban cantos revolucionarios todo el día y buena parte de la noche. Y lo más sorprendente de todo era el aspecto de esta multitud. En apariencia era una ciudad donde las clases ricas habían dejado prácticamente de existir".
En la linde del Tercer Milenio: ciudad o anticiudad
Han cruzado nuestra historia guerras e intentos revolucionarios, cayó el muro de Berlín. Nos hallamos a finales de siglo, a las puertas de un milenio. En el Congreso de Urbanismo de Estambul auspiciado por las Naciones Unidas se dijo: el mundo actual es el de las ciudades, en el siglo XXI todo el mundo vivirá en ellas. Pero tal apreciación no es en modo alguno exacta: el mundo va hacia una urbanización sin ciudades. Una ciudad es otra cosa: estructuras y servicios, tejido social, valores compartidos, solidaridades, proyectos de diversidad, autogobierno, democracia...
La ciudad postmoderna se ensancha al espacio global, sin límites ni propiamente territorio, alcanza la región y deviene megalópolis, como una nebulosa urbana, invadiendo la naturaleza. Se extiende hasta la periferia, hasta "ex-urbia", más allá del contínuo urbano, hasta donde termina la ciudad propiamente dicha. Seguramente aun existe territorio, pero ya no existe mapa. Ni ciudadanía. Es el destino liberal de las ciudades. Segrega, se segrega, se constituye en un entorno autosuficiente, la plaza y la calle sustituidos por parques temáticos, enlazando con la ciudad sólo a través de la autopista y el automóvil. ¿Ciudad? ¿no-ciudad?
Por otra parte, entramos en la era de la información, constituida por una red acéfala de conexiones horizontales, sin fronteras, con difícil control desde los centros de poder. ¿Es Internet, tal vez, la ciudad-mundo, una ciudad virtual? ¿O más bien la anticiudad? ¿Crea ciudadanía? ¿De qué tipo? ¿Hasta qué punto alcanza a sustituirla? Hasta qué punto será ciudadano quien no esté en Internet? Democracia virtual versus democracia real?
En la cultura de los cómics aparecen viejas ciudades en ruinas, propias de una civilización pretérita, en espera de un "segundo origen"; ciudades distópicas que contrastan críticamente con las ciudades reales; ciudades utópicas, ideales... en escenarios hiperrealistas, como cuerpos vivos, emergentes, en evolución... Los cómics expresan motivaciones: parece flotar en ellos la inquietud o el desengaño ante la ciudad irrealizada, inalcanzada.
Pues el ciudadano es la ciudad, la lleva dentro. Manifiesta su sentido de pertenencia. He aquí la "condición urbana". Existe una ciudad de los sentimientos, la ciudad íntimamente percibida, querida, deseada. Pues la ciudad es una densa mezcla de sentimientos, de estados de ánimo, de tradiciones, de culturas, de lugares, de signos, de imaginario, de valores...
Has dicho: "Me iré a otra tierra,
me iré hacia otro mar.
Bien habrá una ciudad mejor que ésta...".
...
Nuevos lugares no los encontrarás,
no encontrarás, no, otros mares.
La ciudad irá donde tu vayas. Por las mismas
calles andarás. Y en los mismos barrios
envejecerás, y encanecerás
en estas mismas casas.
Siempre será a esta ciudad a la que llegues.
Kostandinos Kavafis
Baudelaire lo expresaba así:
El viejo París ya no es,
-cambia más deprisa, ay, que el corazón de un mortal!
...
-París cambia! -Pero nada en mi melancolía ha sufrido alteración! Palacios nuevos, andamios, bloques, viejos arrabales, para mi todo se convierte en alegoría, y mis queridos recuerdos son más pesados que piedras.
Un reciente estudio de la Universidad Politécnica de Catalunya indica que los actuales modelos de definir y delimitar el área y la región metropolitana de Barcelona han caducado: la Barcelona "real" está integrada -afirma- por 146 municipios -desde Cunit hasta Blanes, y hasta los límites del Bages y Osona- que ocupan una superficie de 3.000 km2 donde residen 4,2 millones de personas. ¿Una gran Barcelona o muchas Barcelonas? ¿Redes de servicios o espacios de relación social?
-Corre enllà, corre enllà, corre enllà, Barcelona, que ja et cal ésser una altra per ésser la que deus... incita a "la gran encisera", su ciudad, el poeta Joan Maragall, abuelo del alcalde Pasqual Maragall, en su "Oda nova a Barcelona". Ante el fenómeno de las grandes conurbaciones actuales, las poblaciones que conforman la conurbación metropolitana optan convencidas por un reforzamiento de las identidades, de las pertenencias a comunidades locales, frente a una absorción, abriéndose, eso sí, a coordinar y compartir servicios. La ciudad homogénea es anómica, incapaz de integrar, de integrarse en ella.
En un universo postnacional, tendente a la mundialización, en una Europa supraestatal en cuyo interior los estados se desdibujan, hay que reencontrar la ciudad, redefinida como el espacio de la sociedad, donde está en juego la ciudadanía, la democracia, los derechos humanos.
Hace falta una apuesta clara por la ciudad, por las ciudades, desde los ayuntamientos, con los técnicos y creadores urbanistas y arquitectos, donde cuenten activamente los ciudadanos y las ciudadanas. La ciudad no está en crisis -o tal crisis no tiene por qué ser negativa-, sino en proceso de transformación. ¿Qué urbanismo, qué planificación? ¿Al servicio de quién, de qué? De las personas, de la sociedad, de la calidad de vida. Hay que incorporar a la ciudadanía en este proceso de transformación de la ciudad.
La multiculturalidad, la ciudad mundo
Y la ciudadanía es siempre, pero en la actualidad infinitamente más, diversidad de gentes, de procedencias, de identidades, de culturas. Pues -según apuntaba el antropólogo Manuel Delgado en el Debate de Barcelona 1996 sobre "Ciudad e inmigración"- la inmigración es esencial en la ciudad: la ciudad se produce por la inmigración, y sin ella resulta inviable. Transforma a los inmigrantes y se transforma por ellos. Y el filósofo boliviano Jairo Montoya -participante en el mismo Debate- insistía en este fenómeno, refiriéndose sobre todo a las ciudades latinoamericanas: actualmente estallan las fronteras -decía-, ya no existen estados ni continentes. La ciudad implosiona, desborda. Y cambia el tipo de ciudadano que la habita. Para subsistir, la megalópolis necesita aplicar la lógica de la exclusión. Tanto el ciudadano residente como el invasor buscan domar el espacio urbano. Se forman enclaves de resistencia frente al intruso, y a su vez, en las nuevas periferias o en los centros históricos abandonados, en los guetos, los no-lugares, espacios de la desesperanza, aldeas étnicas, con memorias rurales yuxtapuestas, con la cultura-mundo mediática a su entorno. Y Diego López Garrido ponía el dedo en la llaga: así como la pobreza era el fenómeno social de referencia en la sociedad preindustrial del siglo XIX, y la explotación en la industrial del XX, en la postindustrial del siglo XXI se forja la dinámica de la exclusión, que recae en especial sobre el inmigrante, la población "a la deriva". Antes la inmigración era un fenómeno dinamizador, de progreso social: ahora no. El cuarto mundo no es ni tan sólo el tercero, es el no-mundo, el caos frente al cosmos. El "inmundus", en su doble significado de no-mundo y de impuro. Ahora el escenario del conflicto ya no es tanto la empresa como la ciudad. El constante desajuste entre la "urbs" y la "polis" llevado actualmente al límite.
La interculturalidad es el reto de la ciudad actual, de la acogida frente a la exclusión, de la apertura frente a la marginación. Jordi Borja, en su ponencia "La ciudad conquistada. Un punto de vista desde la sociología" (Congreso Internacional de Ciudades de Educadoras, Barcelona 1990), advertía: "La ciudad hace ciudadanos. O, quizás, la ciudad, hoy todavía lejana, sería aquella en la cual todos quienes viven o trabajan en ella, fuesen plenamente ciudadanos. No es éste el caso. La ciudad integra y margina. Educa para la ciudadanía y también para la exclusión. La ciudad no hará ciudadanos si una parte de sus residentes no pueden adquirir esta cualidad".
Y Roland Castro, en el mismo Congreso, formulaba una firme apuesta por el diálogo intercultural en el espacio concreto de la ciudad-mundo: "Este multiculturalismo es nuestro internacionalismo concreto. Es decir, es nuestro nuevo espacio donde poder reedificar juntos algo en el orden de la ideología postnacional, algo que se encuentra más allá de la nación, una república de valores más allá de la nación".
"Pienso que sólo habrá un auténtico multiculturalismo concreto -una pasión por todos los pueblos, una pasión por todas las producciones de todos los pueblos, una ampliación de la poesía a todas las poesías, una ampliación de la música a todas las músicas- si conseguimos crear república, que podríamos denominar república de mestizaje. Es decir, si por medio de esta red inmaterial de valores podemos escucharlo todo, amarlo todo, y ver a los demás como participantes de la ciudadanía".
"Hay que admitir que, si por el momento, triunfa el liberalismo en la empresa, algo es seguro y cierto, y es que no hay que hacer liberalismo en la ciudad... Al contrario, hay que llevar a cabo una inmensa acción voluntaria contra la desigualdad. Y por esta razón pienso que hay que inventar un modelo europeo de ciudad, un modelo europeo de la ciudad-mundo democrática... El proyecto de la república, en la ciudad, es un proyecto extremadamente voluntario".
La ciudad europea ha sufrido grandes transformaciones en poco tiempo, a un ritmo frenético, hasta límites de contaminación e inhabitabilidad. Se han desarrollado planes urbanísticos y de vivienda, más que valores de ciudadanía. Hay que llenar de contenido las grandes infraestructuras y equipamientos. Recuperar viejos valores de convivencia y calidad ambiental e impulsar otros nuevos. Redescubrir la idea de ciudad asumida por el conjunto de la ciudadanía, una ciudad socialmente integrada, equilibrada, sostenible por lo que respecta al medio ambiente, a las necesidades sociales, a la economía y al trabajo. ¿Cómo? A través de una educación que emane de la propia ciudad. Es necesario que la ciudadanía se apropie de la ciudad.
La ciudad educadora
En este contexto, en esta opción por la ciudadanía, surge la "ciudad educadora", una idea-fuerza que se lanza mediante la convocatoria de un Congreso Internacional de Ciudades Educadoras, propuesto y organizado por el Ayuntamiento de Barcelona en el año 1990, y que se define a través de la declaración de la Carta de Ciudades Educadoras que, en su introducción se define y se compromete a sí misma en estos términos: "La ciudad educadora es una ciudad con personalidad propia e insertada en el país donde se ubica. Por tanto, su identidad es interdependiente con la del territorio del cual forma parte. Es también una ciudad no cerrada en sí misma sino que se relaciona con sus entornos: con otros núcleos urbanos de su territorio y con ciudades semejantes de otros países, con el objetivo de aprender e intercambiar y, por lo tanto, de enriquecer la vida de sus habitantes".
"La ciudad será educadora cuando reconocerá, ejercerá y desarrollará, además de las funciones tradicionales -económica, social, política y de prestación de servicios- también una función educadora, en el sentido de asumir una intencionalidad y una responsabilidad con el objetivo de la formación, la promoción y el desarrollo de todos sus habitantes, empezando por los más jóvenes... Una ciudad será educadora si ofrece con generosidad todo su potencial, si se deja tomar por todos sus habitantes y les enseña a hacerlo".
Participaron en el Congreso de Barcelona 70 ciudades de 21 países: representó el inicio de un amplio movimiento internacional de ciudades con encuentros congresuales bienales:
1990, Barcelona: La ciudad educadora para los niños y jóvenes.
1992, Goteborg : La educación permanente.
1994, Bolonia: Re-conocerse: por una nueva geografía de las identidades.
1996, Chicago: Las artes y las humanidades como agentes de cambio social.
Los intercambios y experiencias alimentan el Banco Internacional de Experiencias de Ciudades Educadoras (BIEC). En 1996 se constituyó la Asociación Internacional de Ciudades Educadoras (AICE)"1" . La idea de fondo de la ciudad educadora es muy antigua, pertenece al mundo clásico y se desarrolla en las visiones y ensayos utópicos del primer socialismo. Cuando Rafael Campalans afirmaba que "política es pedagogía" se situaba en esta perspectiva. Sin embargo, el uso y la expresión del término hay que buscarlos en el libro dirigido por Edgar Faure "Apprendre à Etre" (UNESCO, 1972) que se refiere a la "ciudad educativa" de la siguiente forma: "...los términos de la relación entre sociedad y educación cambian de naturaleza: hay un proceso de compenetración íntima de la educación y el tejido social, político y económico, en las células familiares, en la vida cívica".
Una educación desescolarizada
Sin embargo, es Fiorenzo Alfieri, pedagogo italiano, miembro del comité ejecutivo de la AICE y diseñador y promotor del proyecto "Torino, città educativa" quien define, concreta y desarrolla esta idea: "La intencionalidad formativa se debe convertir en una dimensión fuerte e impregnadora. No es suficiente que la sociedad invoque formación, es necesario que se ponga en juego en sus diversos componentes. Por tanto, no podemos hablar sólo de escuela sino que debemos configurar la existencia de un sistema formativo global. De lo contrario, la escuela seguirá siendo una institución cerrada, que se reproduce casi exclusivamente a sí misma, y se seguirán despilfarrando recursos y tiempos cada vez con mayor irresponsabilidad... (Es necesaria) una mediación inteligente entre una visión totalmente centrada-en-la-escuela y un planteamiento violentamente desescolarizador (...) identificar requerimientos diferenciados y dirigirlos a los dos polos del contexto social:
al polo territorial (constituido por la familia, los entes locales, las asociaciones y las estructuras productivas), el compromiso de favorecer la conquista por parte de los jóvenes de una base experiencial rica, íntegra, auténtica, diferenciada y sanamente conflictiva; al polo escolar (constituido por la institución escolar y otras agencias educativas con la misma conformación organizativa que la escuela y más o menos las mismas finalidades específicas), el deber de transformar las experiencias de vida en instrumentos culturales adecuados a la sociedad en que vivimos.
El movimiento situacionista lo anunciaba lúcidamente: "estamos entre dos mundos: uno no lo reconocemos y el otro no existe todavía". Recién hemos pasado por la desorientación en calificar el modelo de sociedad en que vivíamos: postmoderna, postindustrial, postcapitalista... sólo "post" sin saber discernir ningún "pre". ¿El fin de las ideologías? ¿El fin de la historia? ¿Sin principio de ningún mundo por venir? ¿Situación iniciática?
Una de las instituciones sociales que más profundamente sufre estos desajustes y desorientaciones propias de este cambio de era y de civilización, esta crisis anunciada, es la escuela. Alfieri propone y desarrolla teórica y prácticamente el proyecto de la ciudad educadora, en el universo global de la nueva sociedad de la información, del conocimiento, advirtiendo con rotundidad que "...en este momento, no es tanto la escuela la que tiene que efectuar la revolución más profunda. Son más bien las administraciones públicas las que deben madurar una conciencia adecuada a la importancia que tiene para una sociedad civil invertir en las generaciones jóvenes".
El contexto, el marco, el territorio educativo es más ancho y abierto, más accesible e interconectado, más inmediato y directo, más activo, más experiencial que la escuela: se trata de la ciudad. No tanto de una ciudad educativa como de la ciudad real que asume su dimensión educadora, que no se dirige a alumnos o estudiantes sino a ciudadanos y ciudadanas: niños y niñas -sujetos de derechos civiles y políticos, según la Convención de las Naciones Unidas (20-11-1989)-, jóvenes, familias, ancianos, asociaciones, al conjunto de la ciudadanía: "Si se comparte la necesidad de que la formación apunta hoy a la autoconstrucción personal de mapas orientadores útiles para situarse en un mundo donde, por primera vez en la historia, están a disposición a la vez todos los tiempos, todos los espacios, todos los valores, todas las creencias y todos los lenguajes, estaremos de acuerdo en el hecho de que la ciudad actual es en su conjunto el laboratorio adecuado para una educación coherente con las expectativas culturales que la sociedad tiene respecto al hecho formativo" ... El componente educativo no debe caracterizarse por el escolasticismo sino por el territorialismo. Las experiencias educativas han de ser calientes, sucias, llenas de resonancias y fuertemente contextualizadas. La ciudad tiene que preocuparse por favorecer al máximo la inmersión en lo real y no tanto la instrucción curricular, que no es de su incumbencia. (...) Cada aspecto constitutivo de la ciudad y cada acontecimiento nuevo deberían presentar un aspecto educativo estructurado, dirigido prioritariamente a los jóvenes, los cuales deberían poder acceder a él lo más libremente posible. (...) El objetivo a alcanzar debe ser la creación de continuos cortocircuitos entre los jóvenes y determinados "trozos" significativos de realidad; y ello sólo se puede alcanzar mediante una implicación que sea a la vez operativa, emotiva y proyectual".
La ciudad, desde su voluntad educadora, define y establece su proyecto educativo de ciudad, en cuyo interior todo el mundo tiene su papel, su función, su responsabilidad: las administraciones públicas en primer lugar, los servicios públicos, las instituciones y equipamientos culturales, el mundo de la creación y la producción de la cultura, las artes, las ciencias y las nuevas tecnologías, el mundo de la economía y del trabajo, las entidades y asociaciones, la prensa, las radios y televisiones locales, las nuevas autopistas de la información. Y, sin lugar a dudas, en el marco global de la ciudad, también la escuela: "La escuela puede desempeñar un gran papel a propósito del trabajo sobre las ideas y sobre las opciones cognoscitivas espontáneas. (...) Será, sobre todo, la escuela la que ponga en primer plano algunos aspectos del mundo y haga emerger de diferentes maneras las representaciones mentales que circulan en el grupo de iguales y aquellos aspectos particulares puestos en evidencia. En la confrontación y el conflicto entre diversas ideas arraigará la conciencia de que cultura significa, ante todo, necesidad, por parte de cada persona, de reconstruirse mentalmente la realidad externa para poder darse una explicación de la misma. Sin embargo, las explicaciones posibles son muchas y ser personas educadas significa respetar la diversidad y al mismo tiempo tratar de compartir lo máximo posible. Si esta doble lección no se aprende en la escuela, es difícil que se pueda enseñar en otro lugar. La escuela tiene el deber de garantizar a la comunidad que semejante servicio será desempeñado por ella, en nombre de todo el sistema formativo, con seriedad y tenacidad. (...) Es sobre todo en la escuela donde se puede aprender a aprender, tal es el objetivo que la escuela debería proponerse como prioritario".
Las dos grandes exigencias formativas que, según Fiorenzo Alfieri, definen la educación son "un alto grado de intelectualidad junto con un alto grado de solidaridad". La primera, para permitir a cada persona alcanzar el nivel de desarrollo científico y tecnológico de la civilización contemporánea; la segunda, para apreciar los valores de las diversas culturas presentes en la ciudad y superar la marginación creciente y la exclusión que la mundialización de la sociedad actual genera y tiende a acrecentar. Sólo un enfoque dialéctico entre ambas exigencias transformará la contradicción que las enfrenta en valor solidario, y el conflicto en recurso educativo: "Un modelo educativo creíblemente adecuado a los tiempos ha de hacer necesaria la solidaridad y no sólo recomendarla de una manera moralista; para ello tiene que asumir lo "diverso" como recurso: la diversidad entre las ideas sobre el mundo, la diversidad entre las culturas consolidadas, la diversidad entre los lenguajes comunicativos".
La eduacación, conquista de la ciudadanía
Tal como indica el Boletín de Información (nº 1, setiembre 1996) de la Asociación Internacional de Ciudades Educadoras: "La ciudad educadora entiende el mundo urbano como un espacio multidimensional de convivencia, de relaciones positivas basadas en el respeto, la tolerancia, la participación. Sin ignorar el sufrimiento ni las desigualdades, entiende la vida urbana también como una lucha solidaria para combatirlas y para conseguir una mayor cohesión social, que sólo será posible en una sociedad democrática".
Y Jordi Borja refuerza, en su ponencia, esta afirmación: "La ciudad más positivamente educadora será aquella que multiplique las posibilidades de integración y de socialización y que reduzca al mínimo los procesos marginadores. La ciudadanía consiste casi siempre en construirse una doble identidad: de grupo (o de barrio, clase, etc.) y ciudadana global, más universalista".
"Pero la ciudadanía no es un estatus que una autoridad da o atribuye. Es una conquista. (...) El urbanita tal vez sea semejante a una planta que sólo crece en medio de la contaminación, al borde de las autopistas más transitadas y de las fábricas más polucionantes. El ciudadano es aquel que ha participado en la conquista de la ciudad. El que se la ha apropiado individualmente desde su infancia. La ciudad es la aventura iniciática llena de posibilidades que se ofrece al niño y a la niña y que forma su razón y su sentimentalidad. Es también participar más o menos conscientemente en un proceso colectivo: en la gesta conjunta de su construcción reiniciada cada día, y en la lucha permanente contra las tendencias disgregadoras y en favor de las identidades".
La ciudad es, pues, el marco, el medio de la educación, el libro abierto, la oportunidad personal y colectiva de ser, el espacio de la libertad solidaria. Por ello la educación es una conquista, la conquista de la ciudad, de la ciudadanía. En el espíritu en que Séneca se expresaba diciendo: "No he luchado tanto por ser libre, como por vivir entre libres". Así como la educación transforma a su vez a educador y a educando, así la ciudad educadora transforma a los ciudadanos y ciudadanas y es transformada por ellos. De forma semejante a como Italo Calvino se refiere, en "Las ciudades invisibles", a la ciudad sutil de Zenobia: "...es inútil establecer si Zenobia ha de ser clasificada entre las ciudades felices o entre las infelices. No es en estas dos clases que tiene sentido dividir las ciudades, sino en otras dos: las que a través de los años y las mutaciones continúan dando su forma a los deseos y aquellas en las cuales los deseos o bien consiguen borrar la ciudad o son borrados por ella".

Joan Soler Amigó.
Pedagogo. Secretario de "L’Hospitalet, ciudad educadora"

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